miércoles, julio 26, 2006

Ni el huevo duro ni la mano dura

Hay un tipo en este país que hace 32 años viene haciendo una obra silenciosa e impresionante. Se llama Alberto Morlachetti. Pero nunca se lo ve en la tapa de los diarios o en los noticieros de TV. Quizás porque lo de él no vende, o no sirve para movilizar a las multitudes preocupadas por la ola de inseguridad. Hace un par de meses Sandra Russo le dedicó una nota. Y antes de que se pierda o caiga en el olvido, la rescato y la pongo acá.


El huevo duro y el agua tibia
por Sandra Russo



Yo no descubrí el huevo duro ni el agua tibia –dice Alberto Morlachetti cuando se le pregunta cuáles cree que fueron las razones por las que cuando la organización sueca Radda Barnen (la filial escandinava de Save the Children) evaluó el índice de reincidencia de los menores con problemáticas delictivas que él aloja en la obra Pelota de Trapo, ese índice fue de apenas el 2 por ciento. Ese sondeo fue realizado a pedido de Naciones Unidas, y fue el comienzo de una serie de reconocimientos de organismos internacionales para Morlachetti, cuyo trabajo transcurre constante, en silencio, rodeado de una bandada de colaboradores que lo adoran, en varias manzanas del partido de Avellaneda.

Morlachetti decía que él no descubrió ni el huevo duro ni el agua tibia, porque lo que viene haciendo desde 1974, mucho antes de que la problemática de los menores institucionalizados estallara, fue, según él mismo explica, aplicar un concepto que rescató del educador brasileño Paulo Freire: “Nuestro compromiso con los niños no es caritativo ni piadoso; es un compromiso amoroso”.

Tapa de diarios fue Juan Carlos Blumberg, cuyo caballito de batalla es bajar la edad de imputabilidad de los menores. Pero nunca Alberto Morlachetti. Sí fue tapa de diarios una de sus iniciativas más potentes: la Marcha de los Chicos del Pueblo, que cada año recorre el país para hacer visibles esos cuerpitos débiles que tienen voz pero no encuentran oídos. Las pancartas que levantan esos niños incluyen una leyenda contundente: “El hambre es un crimen”.

Morlachetti es sociólogo pero se le nota poco. No es la teoría lo suyo. Es la acción, la obra, el proyecto concretado. En 1974, después de una vida difícil y pobre, agradecido al lugar que le dio Evita a la niñez de su generación, Morlachetti creó La Casa de los Niños, y lo hizo con un crédito que consiguió merced a la hipoteca de su casa. Años más tarde, en 1982, todavía en dictadura y advirtiendo la noche que, aunque llegara la democracia, amenazaba a los niños pobres, que fueron más, cada vez más, cada año más, y cada día más pobres todavía, fundó el Hogar Pelota de Trapo, que empezó en una cancha de fútbol donde se filmó aquella película clásica nacional. Allí, hoy hay niños, niñas y adolescentes que son cuidados y educados con una premisa que Morlachetti desparrama en todas sus obras: esos niños y niñas tienen derecho también a la belleza. No quiere hogares pobres para pobres. Quiere hogares dignos, comida rica, calor en invierno y refresco en verano, quiere subir el piso al que tiene derecho un niño pobre. No basta con llenarle la panza y darle un techo. Tiene que tener trabajo, juego, diversión. Como cualquier otro. Esta idea, más bien simple, no es la que rige en otros hogares de este tipo. “Son como mis hijos, tengo que darles lo que le daría a un hijo”, dice él.

Y lo que cualquier hijo recibe de su padre es básicamente la certeza de una presencia. Ése es el gran descubrimiento de Morlachetti y ésa es acaso la razón por la que los chicos que tienen la suerte de entrar en alguno de los hogares de Pelota de Trapo no desperdician. Hay alguien. En las buenas y en las malas, hay alguien. Si hay un logro, hay alguien. Si hay un fracaso, también. Y ellos devuelven lo que reciben. En esos hogares de Avellaneda en los que hay perfume a tuco y a gajos de naranja, flota en el aire eso que bien podría llamarse amor.

El 1986, Morlachetti creó el Hogar Juan Salvador Gaviota, para chicos con causas penales y chicos abandonados. Esos chicos necesitaban –se dio cuenta él con el tiempo– ocupar sus horas en algo enaltecedor y productivo. Y así y por eso nació poco después la Escuela Talleres Gráficos Manchita, una imprenta en la que, entre otras cosas, se edita el boletín Pelota de Trapo, cuyo objetivo es cambiar el eje de la mirada sobre estos niños: no son el enemigo. Son las víctimas de un sistema que les cierra la puerta en la cara.

Y también nació luego la Panadería Panipan, que abastece a los hogares y al barrio, y donde los chicos mayores trabajan orgullosamente y muestran sus masas, sus facturas, sus galletas, sus alfajores y empiezan a ofrecer servicios de catering. Y también está el Jardín Maternal Pulguitas, para los más chiquitos. Y en Florencio Varela está la granja Azul, un lugar de recreación en el que los chicos también descansan, se ríen, se divierten.

El universo que Alberto Morlachetti creó para esos chicos es amable, acogedor, amoroso. Hay palabra de honor y confianza en el otro. Él no descansa. Siempre hay algún nuevo proyecto dando vueltas y siempre es poco todo lo que se hace. Pero en cada eslabón de esta cadena de trabajo que, en resumen, es la vida misma de Morlachetti, lo que hay es una causa abonada con constancia y convicción. Hay resto para atajar al más débil en un país en el que los débiles han sido siempre maltratados. Por todo eso, para Alberto, una tapa y más que una tapa, un abrazo en nombre de todas las vidas jóvenes que rescató del destino que tenían marcado.

jueves, julio 20, 2006

Dolor

En estos momentos en que vuelve a derramarse tanta sangre en Medio Oriente, no tengo ganas de leer ni de escribir análisis geopolíticos, justificaciones estratégicas ni nada por el estilo. Todo lo que se me ocurre decir está en esta letra de Jorge Drexler.

Milonga del Moro Judío

Por cada muro un lamento
en Jerusalén la dorada
y mil vidas malgastadas
por cada mandamiento.
Yo soy polvo de tu viento
y aunque sangro de tu herida,
y cada piedra querida
guarda mi amor más profundo,
no hay una piedra en el mundo
que valga lo que una vida.

Yo soy un moro judío
que vive con los cristianos,
no sé qué dios es el mío
ni cuáles son mis hermanos.

No hay muerto que no me duela,
no hay un bando ganador,
no hay nada más que dolor
y otra vida que se vuela.
La guerra es muy mala escuela
no importa el disfraz que viste,
perdonen que no me aliste
bajo ninguna bandera,
vale más cualquier quimera
que un trozo de tela triste.

Y a nadie le dí permiso
para matar en mi nombre,
un hombre no es más que un hombre
y si hay dios, así lo quiso.
El mismo suelo que piso
seguirá, yo me habré ido;
rumbo también del olvido
no hay doctrina que no vaya,
y no hay pueblo que no se haya
creído el pueblo elegido.

martes, julio 18, 2006

Auxilio por favor

La anteúltima semana se iniciaron en los ámbitos docentes los debates sobre la Ley de Educación Nacional. Estuve leyendo (muy por arriba) el documento base, del cual diría que contiene una serie de diagnósticos y propuestas muy generales que en principio no me parecen cuestionables. Habrá que ver qué profundidad se le da al debate y si va a servir para establecer políticas concretas y factibles de realización.

El tema es que en Clarín del sábado 8, intrigado por el título principal de tapa "Carrió toma distancia de su propio partido", me pongo a leer un reportaje hecho a la diputada. Donde a la última pregunta: "¿Cuáles serán los ejes de la campaña para 2007?" ella responde lo siguiente:
"—Eso lo va a fijar el partido en diciembre. No va a haber estrategia hasta entonces. Yo estoy preocupada por otras cosas, por la educación especialmente. Porque cambiar la cultura es someter a refutación los viejos paradigmas: pensar lo nuevo y accionar en consecuencia. Por eso acabamos de subir a nuestra página web (http://www.elisacarrio.com.ar/) un ensayo que denominamos La Educación como política central del porvenir. A esa cuestión apostamos."
Evidentemente este documento debía ser muy importante para Lilita, ya que considera al tema de la educación más prioritario que la estrategia electoral. Me puse a leerlo, y...epa, me quedé sin palabras ante tamaño derroche de erudición y de ideales universalistas. Mientras me recuperaba, leí que Pablo de La Barbarie se me había adelantado en el análisis de este texto liminar. Je, en realidad yo ya le había pedido que lo leyera y diera su opinión. Igualmente él me invita a profundizar cuando escribe:

"De todos modos, creo que vale la pena la tarea de leer y discutir ese documento, no por lo que dice el documento en sí mismo, sino por el lugar que ocupa Carrió en el imaginario político porteño, así que vamos a estar mirando El lobo estepario, a ver qué se dice."

Bueno, qué decir...Estamos frente a un documento que nos invita a pensar nada menos que una nueva civilización, dando por sentada la crisis de todos los paradigmas que dieron fundamento a la escuela pública: el Estado Nación, la construcción del sujeto como ciudadano del Estado, el Yo/Conciencia cartesiano, la primacía del conocimiento científico-tecnológico frente a los demás saberes, la antinomia laicismo vs. enseñanza religiosa, el concepto liberal productivista...

Aquí viene mi pedido de auxilio, quisiera que aquellos que visitan esta página me ayuden a dilucidar si este documento nos da realmente las claves de la civilización del futuro, o si es sólo un ejercicio político-filosófico intrascendente (o nocivo, como seguramente opinaría Mario Bunge), sostenido sólo por el argumento de autoridad al que recurre con sus múltiples e insignes citas. Yo solo no lo puedo decidir.
Me gustaría analizar y discutir varios párrafos del texto, pero por ahora prefiero leer otras opiniones.

Por ahora y como una primera aproximación, me voy a guiar aquí por lo sugerido por Pablo. Partamos del hecho de que Carrió está reconocida por mucha gente como la máxima representante de un progresismo intransigente en su ética y sus principios. En relación con esto me planteo las siguientes preguntas (y me las respondo, tratando de ser objetivo):

- ¿Hay alguna referencia en el texto al contexto socioeconómico actual del país? No, prácticamente no la hay.

- ¿Se plantea un debate acerca del deterioro educativo vinculado con los enormes índices de pobreza, indigencia, exclusión social o marginalidad? Y, no.

- ¿Hay alguna postura ideológica sobre las contradicciones pueblo/imperialismo, Nación/antinación, alguna referencia a conflictos sociales (por no decir lucha de clases, válgame Dios)? No, tampoco, más allá de críticas de índole filosófica al capitalismo y al neoliberalismo. Al referirse a la reconquista del tiempo, se proclama una nueva emancipación que no es "ni liberal ni marxista" (tampoco peronista, no se vayan a asustar).

Quizás mis cuestionamientos sean producto de ideas que atrasan cincuenta años, o a lo mejor yo sea solamente otro Jauretche zombie, como dice alguno de los muchachos de Los Trabajos Prácticos...Pero me llama la atención que, en un momento en que bien o mal, con muchísimos errores y falencias, la política vuelve a ocupar la primacía que le corresponde, y hay signos de que el Estado puede volver a convertirse en una herramienta para mejorar la condición de la sociedad, Carrió nos arroje este paquete que nos invita a tirar por la borda todos los logros y paradigmas de la modernidad para lanzarnos hacia lo desconocido. Claro, según ella nada puede ser igual después de Auschwitz... pero ¿sabrá la diputada que en este país hay millones de personas que jamás oyeron hablar de Auschwitz, y que tienen que resolver problemas más urgentes que ponerse a pensar en nuevos paradigmas? ¿encontraremos las soluciones a esos problemas leyendo a Hannah Arendt (a quien no pretendo desmerecer en lo más mínimo)? Bueno, en este reportaje del domingo último leo que Lilita en realidad nos está invitando a diseñar la educación para 2050. No nos va a faltar tiempo para el debate.

Para ir terminando (por ahora), la centralidad que el documento le otorga al psicoanálisis hizo florecer mi inclinación por la asociación libre... así me vinieron a la memoria el mito de Icaro y, Freud sabrá por qué, esta letra de Leo Masliah:

El Concierto

Era un concierto de música culta,
y renacían las fuerzas ocultas
de los antiguos maestros geniales
de los eternos de los inmortales,

era un concierto era el goce más fino,

era un contacto con algo divino,

era solemne era casi sagrado,

era un placer de lo más elevado.
Flautas violines trompetas platillos,

sonaban entre corbatas y anillos

entre bolsillos rellenos de plata

entre las llaves de algún colachata,

entre collares pelucas colgantes

entre tapados de piel entre guantes,

entre abogados y algún escribano

y dos o tres profesoras de piano.
La gente oía con mucho entusiasmo

estaban todos al borde del pasmo

es la música seria la fina

le pone a uno la piel de gallina,

era profundo era algo sublime,

decime vos si no es cierto decime

si el director a pesar de ser joven

no era la imagen del propio Beethoven.
Era el edén para los que asistían,

sonaba justo como ellos querían,

sonaba tan culto tan elevado

que tuvo un triste fatal resultado,

porque de a poco la gente ascendía

bajo el efecto del arte subía

iban en busca quizás de la altura

correspondiente a esa música pura.
Y las butacas quedaron vacías

toda la gente subía y subía

siempre más alto en el aire tomado

por aquel arte supremo elevado,

mientras la orquesta seguía tocando,

toda la gente se iba estrellando

casi a la vez la cabeza en el techo

quedaban todos los cráneos desechos.
Y por la fuerza de los cabezazos

se fue cayendo el teatro a pedazos,

toda la orquesta quedó sepultada,

quedó enterrada, quedó mutilada

y los oyentes seguían sin pausa,

subiendo pero ya por otra causa,
ya no era el arte que los elevaba
era la muerte que se los llevaba.

miércoles, julio 12, 2006

Por qué nunca seremos como ellos

Esto salió hace ya varios días, me gustó mucho y hoy me parece un buen intermedio para ir pasando del ya envejecido mundialismo a los temas extrafutbolísticos. Aclaro que la traducción está argentinizada, así que donde dice "fútbol" debe leerse "fútbol" (soccer en el original).


La verdad sobre el fútbol americano
Por David Eggers

Cuando los niños norteamericanos son muy pequeños, creen que el fútbol es el deporte más popular del mundo. Y es así porque cada chico en Estados Unidos juega al fútbol. Es una regla inscripta en el mismo documento que, en cada capital de estado, insiste en que saluden a la bandera. Y es una práctica aterradora de ver, por Dios.

Los sábados, cada espacio chato y verde de los Estados Unidos se cubre de gente pequeña con uniformes brillantes que persiguen la pelota por todo el campo, para delicia y consternación de sus padres, la mayoría de los cuales no tiene idea de lo que está sucediendo. La fuerza principal detrás de esto es la American Youth Soccer Organization. En los ‘70, la AYSO se formó para popularizar el deporte entre la juventud norteamericana, y lo hizo con sorprendente eficiencia. En pocos años, el fútbol fue el deporte de elección para todos los padres, particularmente para aquellos que sospechaban que sus hijos no tenían habilidad atlética alguna.

Como todos juegan, la mayoría de los chicos asume que el fútbol será parte de sus vidas. Pero alrededor de los 10 años, algo les pasa a los niños norteamericanos. El fútbol es desechado, rápido y sin ceremonias, por aproximadamente el 88% de los jóvenes. Los mismos chicos que jugaban cuando tenían 5, 6 o 7 años se pasan al béisbol, football americano, basket, hockey y, desgraciadamente, golf. Poco después, dejan de jugar a estos deportes también, y empiezan a verlos por televisión. Incluyendo, desgraciadamente, el golf.

El abandono del fútbol es atribuible, en parte, a que gente influyente en Estados Unidos creyó durante mucho tiempo que era el deporte favorito de los comunistas. Cuando yo tenía 13 años, en 1983, antes de la glasnost y la caída del Muro, tenía un profesor de gimnasia que hacía un muy fuerte enlace entre el fútbol y los arquitectos de la Cortina de Hierro. Recuerdo haberle preguntado por qué no se jugaba al fútbol en sus clases. Su rostro se ensombreció. Me llevó aparte. Me explicó con una furia temblorosa y apenas dominada que prefería decentes y honestos deportes norteamericanos en los que se usaban las manos. Los deportes donde no se usaban las manos, me dijo, eran comunistas, jugados por rusos, polacos, alemanes y otros. Usar las manos era norteamericano, usar los pies era la característica de los seguidores de Marx y Lenin. Creo que el profesor siguió dando cátedra sobre este tema.

Fue en 1986 cuando los residentes de este país se enteraron de que existía algo llamado el Mundial. Llegaban reportes aislados de corresponsales extranjeros, y nos asustaban; estábamos preocupados sobre el efecto dominó, y nos preguntábamos si la tendencia podría ser detenida ubicando un cierto número de consejeros militares en Colonia y Marsella. Después, en 1990, nos dimos cuenta de que el Mundial podría suceder cada cuatro años, con o sin nosotros.

Al mismo tiempo, el fútbol de escuela secundaria explotaba en los suburbios de Chicago, debido en parte a la influencia de estudiantes de intercambio extranjeros. Poco tiempo después, con el crecimiento del fútbol bajo techo y algunas tentativas de la liga al aire libre, le probamos al mundo que los Estados Unidos eran serios, o relativamente serios, respecto del fútbol, y el Mundial llegó a nuestro país en 1994. Al menos un 4 o 5% del país supo sobre esto, y un porcentaje de ellos fue a los partidos. Esto fue suficiente para llenar estadios, y el experimento fue considerado un éxito. Gracias a la Copa del Mundo en casa, hoy la liga parece más o menos viable, aunque la cobertura de los partidos se encuentra en los márgenes de las secciones de deportes de los diarios, cerca de los clasificados de automotores y los biatlones.

Nuestra continua indiferencia con respecto al deporte adorado alrededor del mundo puede explicarse de dos maneras. Primero, como una nación de inventores locos pero determinados, preferimos las cosas que pensamos nosotros mismos. Los deportes más populares en Estados Unidos son los que concebimos y desarrollamos solos: football americano, béisbol y basketball. Si podemos reclamar al menos parte del crédito por algo, como pasa con el tenis o la radio, estamos dispuestos a estar pasivamente interesados. Pero no inventamos el fútbol, entonces le desconfiamos.

El segundo obstáculo –y mucho mayor– para la popularidad de la Copa del Mundo y del fútbol profesional es otra invención: la de faltas. Los norteamericanos son en general muy arrogantes, pero en esta instancia comparto la intensa repugnancia por quienes fingen penales. Hay pocos ejemplos en los deportes norteamericanos donde fingir es parte del juego, y muchos menos donde es aceptado de tal modo. Las cosas son demasiado complicadas y peligrosas en el football americano para fingir. Y en el béisbol es realmente imposible: no se puede fingir golpear con el bate, o atrapar la bola. El único de los tres deportes masivos que contiene este factor es el basket, donde los jugadores ocasionalmente pueden exagerar una falta contra ellos, pero, por ejemplo: el mayor mentiroso de la NBA no es norteamericano. Es argentino: Manu Ginóbili, un gran simulador, pero por lo demás un muy buen jugador.

Fingir en el fútbol es un problema. Porque esencialmente es una combinación de actuación, mentira, ruego y trampa, y estos cuatro comportamientos crean una mezcla poco atractiva. Los deportes norteamericanos están, para mal o bien, construidos sobre la transparencia (o sobre su apariencia), y sobre una ética de trabajo.

Es inevitable que, dado el crecimiento de los equipos norteamericanos cada año, eventualmente lleguemos a las semifinales de la Copa del Mundo, y es posible que la ganemos en el futuro. Este es un país de riqueza ilimitada y de 300 millones de personas, y cuando dedicamos los recursos adecuados a un proyecto, logramos el objetivo (ver Vietnam, el Líbano, Irak). Pero hasta que ganemos la Copa –y no teníamos chances en ésta– el fútbol sólo recibirá una aceptación a regañadientes del público general.

Pero, ¿realmente queremos, o podemos, concebir un país donde el fútbol disfrute de amplia popularidad o incluso respeto? Si usted fuera el fútbol, deporte de reyes, ¿querría la adulación de la gente que eligió a Bush y Cheney, no una sino dos veces? No, no la querría. Preferiría volver a sus raíces, comunistas o cualquier otra, y luchar contra el fascismo con los pies.

Este es un fragmento del libro The Thinking Fan’s Guide to the World Cup, una antología publicada este mes en Estados Unidos con textos de, entre otros, Nick Hornby y David Eggers, editor de la revista McSweeney’s y autor de la novela A Heartbreaking Work of Staggering Genius, lamentablemente sin traducción en la Argentina.

Fuente: suplemento Radar de Página 12, domingo 25/06/2006.


No puedo imaginar otro país donde el fingir y el mentir sean más tolerados y hasta celebrados que en la Argentina. No sólo en el fútbol, por supuesto. Evidentemente eso es parte de nuestro tan meneado ser nacional. Y esta nota nos describe perfectamente la mentalidad absolutamente opuesta de los americanos (del Norte). ¿Alguien se imagina a los granjeros de Nebraska o a los yuppies de Manhattan festejando la Mano de Dios y burlándose del adversario? Yo no. Por supuesto que aspiro a que algún día nuestra sociedad aprenda a despreciar y castigar el engaño y la mentira, salvo en algo tan disfrutable como un amague o una gambeta, pero creo que las raíces de nuestra idiosincracia son demasiado profundas. Lo que en parte me tranquiliza: nunca seremos como ellos.

lunes, julio 10, 2006

C'est fini

Con esto finaliza mi breve serie de entradas sobre fútbol. Ayer pudo haber sido otro jour de gloire y terminó siendo un giorno tristissimo para los que amamos la belleza de este deporte. No tengo muchas ganas de escribir sobre lo que pasó, así que le cedo la palabra (otra vez) a mi estimado Sasturain.


The Italian Misery Cup
Por Juan Sasturain

Es lógico y está bien que así sea. En una Copa del Mundo miserable, ganó –de manera miserable– el más miserable de todos, el Master in Misery, el que mejor y con más convicción y mejores intérpretes predica y practica esa ideología futbolera de la especulación, el amarretismo y la tacañería. Y estuvo bien porque Italia, con el cano Lippi y sus laburadores muchachos, dentro de la ley y del reglamento, sin malas artes –¿qué le habrá dicho el flaco Materazzi, verdadero héroe de la última jornada, al maestro Zidane para sacarlo así?–, sin ayuda externa ni cosas raras, sólo con los consabidos argumentos de siempre en esta clase de táctica, consiguieron mantener el empate y, en los penales, sacaron el hocico. Y celebraron. Como les tocó llorar en otra, cabe recordarlo: los tanos habían perdido la final en el ’94 con Brasil, en los USA, en una definición similar. Si en aquella oportunidad –como en ésta Trezeguet– no hubiera errado nada menos que el mágico Robertino Baggio, ahora estaríamos hablando del quinto campeonato del Mundo de Italia, igualando a Brasil... Y eso cambiaría las estadísticas; pero no nuestro juicio, claro.

Espero que después de haber visto esta final no me digan algunos que no entienden por qué el fútbol (nos) mueve lo que mueve. O que tengamos que explicar por qué nos gusta este juego. En un partido con muchos buenos jugadores en la cancha pero –debido a las tácticas conservadoras– bastante feo durante rato largo, con pocas llegadas, y en el que al final ganó el que hizo menos por ganar, hubo de todo... Futbolística y humanamente hablando. De todo lo que interesa y juega para que, incluso los que no teníamos comprometidos favores o pertenencias, nos mantuviéramos casi extáticos durante dos horas. Una historia bien armada y bien contada. Porque un partido de fútbol, como una buena canción, como un buen solo de jazz, cuenta una historia diferente cada vez, con un tono épico o melancólico, sentimientos, héroes, villanos, personajes laterales, a veces con suspenso, con final feliz o de los otros.

El trámite fue favorable al desarrollo de un buen espectáculo, ya que el temprano gol francés, ese penal extraordinario de Zizou –“¿Cómo: no los tira todos igual? ¿Buffon no lo tenía en su lista?” diría la gilada– obligó a los tanos a ir a buscar, como pueden y no quieren ni suelen. Y llegó el empate y tuvimos un primer tiempo bárbaro.

Después, cuando parecía que el Sub 35 se caería, un resucitado Henry, el último fósforo de Zidane, el mejor Malouda del Mundial y el resto hicieron un notable arranque en el segundo, se tiraron a fondo mientras los de Lippi sudaban pizza. Hubo dos o tres que pudieron/debieron ser y no fueron: la de Ribery antes de irse, el cabezazo de Zizou tras abrir él mismo a la derecha –su último aporte al fútbol universal– y alguna más. Después, la justa expulsión del mejor jugador del Mundial y –esto ya era Esquilo en acción– la ominosa sombra trágica que comenzó a cernirse sobre la multitud y el bello estadio de Berlín: si llegaban a los penales, Italia sería campeón.

Y así fue. Gloria entonces al elástico Cannavaro, al intimidante Buffon, al lungo Materazzi, al tapado Grosso, al diestro Pirlo, al incansable Gattuso, al resto de los jugadores/espectadores del miserable Marcello Lippi. Y gloria para él también, qué duda cabe: lo consiguió de buena ley. Claro que nuestro corazón se va para el vestuario, baja, se junta con los que se fueron de apuro, con los que se quedaron afuera incluso antes de quedar afuera: se acerca al exhausto Thierry y le pone el brazo en el hombro; se arrima al machucado Vieira y le pregunta por el muslo pinchado; se inclina sobre la soledad dolorida del mejor y no puede decirle nada. Sólo gracias, Zizou. Gracias por todo.

Ya está, ya pasó.

jueves, julio 06, 2006

Fútbol, dinámica de lo impensado

Pido perdón al espíritu de Dante Panzeri por usar el título de su libro para esta entrada. Antes del partido del viernes pasado me había negado a plegarme al cúmulo de opinadores sobre fútbol, el Mundial, la Selección, etc., etc. Ahora me pasa lo contrario, vaya uno a saber por qué. A lo mejor porque es fácil opinar con los resultados puestos y mofarse p.ej. de tantas voces autorizadas que antes de los cuartos de final aseguraban que el campeón iba a estar entre Alemania, Argentina y Brasil...

Vayamos por partes. Sobre nuestra Selección, sigo pensando que ha sido una de las mejores que haya visto jugar en un Mundial. No me voy a extender ya que lo que sobran son opiniones, pero voy a dejar clara mi posición en un par de temas. Parece que sólo se puede estar a favor o en contra de Juan Román Riquelme. A mí me gusta el estilo de Román y el patrón de juego que le impone al equipo. Porque es un jugador talentoso y distinto y, si bien no brilló, estuvo en el origen de la mayoría de los goles y de las mejores jugadas. Por más detalles, me remito a esta columna aparecida en The Guardian (gracias a La Ciencia Maldita). Y en cuanto a las críticas que se le hacen, estoy bastante de acuerdo con esta nota.

Me gustaría que Pekerman siguiera siendo el DT de la Selección. Se podrán discutir eternamente los cambios que hizo contra Alemania (para mí el mayor error lo cometió en el cambio de Riquelme por Cambiasso), pero eso no debería hacer olvidar todos sus logros en cuanto a nivel y calidad de juego del equipo. La lesión de Abbondanzieri y el gol del empate alemán cuando ya se habían agotado los cambios, fueron cruciales en un partido tan cerrado como el que se jugó. En el fantástico triunfo de Francia contra Brasil, Domenech sacó a Henry y Ribery faltando pocos minutos... si después de eso Brasil hubiera empatado, quizás a Francia le hubiera pasado lo mismo que a Argentina.

Y qué bueno que en un partido como el 6-0 a Serbia y Montenegro la Selección nos haya vuelto a emocionar jugando un fútbol de altísimo nivel. A lo mejor vamos por buen camino, no escuché a nadie criticar a José por no habernos encerrado atrás después del gol de Ayala contra Alemania... Ahora, viendo la ofensiva antifútbol que se ha desatado, me pongo del lado de Rollo, el Criador y el Partizano. Aunque el Criador está pidiendo a Miguel Ángel Russo, que a mí no me convence. Para mí, si se va José, el DT tendría que ser Elba de Padua Lima (más conocido como Tim), pero lamentablemente va a ser medio difícil ubicarlo.


Post Scriptum: insistiendo con mi admiración hacia Román, recomiendo leer la nota "Una bala para Riquelme" de Juan Sasturain.

lunes, julio 03, 2006

Un cacho'e cultura

Sigamos con el fútbol...encontré esta página con imperdibles retratos (videos incluidos) de varios de los más grandes jugadores, en su cara más oscura. Empieza con esta definición del fútbol por Jorge Luis Borges: "Es un invento post-colonial que sustituye las peleas a cuchillo"...

Quiero destacar a uno en particular de la lista que figura ahí: Mané Garrincha (vean el video por favor, qué adecuada la canción de fondo: Pinball Wizard de The Who). Quizá para compensar la mala onda de mi entrada anterior, vaya esto en homenaje a la poesía, la alegría y la belleza que nuestros hermanos brasileños le han regalado al fútbol (no me refiero a la selección actual precisamente). Y para hacerla completa, aquí va la letra que Don Alfredo Zitarrosa le escribió a Mané:


Garrincha


Lo lleva atado al pie
como una luna atada al flanco de un jinete.
Lo juega sin saber que juega el sentimiento de una muchedumbre,
y le pega tan suave, tan corto, tan bello;
el balón es palomo de comba en el vuelo;
y lo toca tan justo, tan leve, tan quedo
que lo limpia de barro y lo cuelga del cielo.
Y se estremece la gente.
Y lo ovaciona la gente.

Lo lleva unido al pie como un equilibrista unido va a la muerte,
lo esconde, no se ve, le infunde magia y vida y luego lo devuelve,
y se escapa, lo engaña, lo deja, lo quiere
y el balón le persigue, le cela, le hiere;
y se juntan, y danzan, y grita la gente;
y se abrazan, y danzan, y ruedan por entre las redes.
Y se estremece la gente.
Y lo ovaciona la gente.

¿Quién se llevó, de pronto, la multitud?
¿Quién le robó, de pronto, la juventud?
¿Quién le quitó, de un golpe, el hechizo mágico del balón?
¿Quién le entregó en la sombra la pierna, el flanco y el corazón?
¿Quién le llenó su copa en la soledad?
¿Quién lo empujó de golpe a la realidad?
¿Quién lo volvió al suburbio penoso y turbio de la niñez?
¿Quién le gritó en la cara "usted no es nada, ya no es usted"?

El último balón
lo para con el pecho y junto al pie lo duerme
Lo mira y sólo ve
cenizas del amor que estremeció a la gente.
Y lo pierde en la hierba, lo deja, lo olvida.
No lo quiere, le teme, no puede, no atina.
Y se siente de nuevo encerrado en la vida.
Y el balón se le escapa entre insultos y risas.
Y se enfurece la gente.
Y lo abuchea la gente.

¿Quién se llevó, de pronto, la multitud?
¿Quién le robó, de pronto, la juventud?
¿Quién le quitó, de un golpe, el hechizo mágico del balón?
¿Quién le entregó en la sombra la pierna, el flanco y el corazón?
¿Quién le llenó su copa en la soledad?
¿Quién lo empujó de golpe a la realidad?
¿Quién lo volvió al suburbio penoso y turbio de la niñez?
¿Quién le gritó en la cara "usted no es nada, ya no es usted"?

Ya no es usted,
señor,
ya no es usted.

Le jour de gloire est arrivé

Este lobo siempre contra la corriente...hasta el viernes no había escrito nada sobre fútbol, o sea que este humilde blog era la excepción a la regla que había enunciado María. Ahora y tras el trago amargo, cuando ya muchos no quieren saber más nada del Mundial, aporto mi granito de arena.

Desde ya me declaro amante del fútbol bien jugado. Pero eso pasa a segundo plano cuando juega Brasil. A pesar de mi corazón latinoamericanista las derrotas brasileñas me alegran, seguro que algo de envidia hay en eso. Pero a la alegría culposa que pude haber sentido el sábado se superpuso la alegría sana de ver jugar a Francia. Y sobre todo a ese gigante que se mostró con todo el esplendor de su talento: Zinedine Zidane. No me interesan el ballet, la danza moderna, la expresión corporal, nada de eso. En cambio el fútbol, jugado de esta manera, es para mí la mayor de las emociones visuales. El espectáculo que dio Zizou me conmovió hasta las lágrimas, esas mismas lágrimas de alegría que me surgieron cuando el 6-0 de Argentina a SyM. Digo yo, ¿habrá muchos franceses que disfruten de la belleza de este juego, como podemos disfrutarlo p.ej. Juan Sasturain o yo?

Y qué compañía que tuvo Zizou: el enorme Vieira, el corajudo Scarface Ribery, Sagnol, Thuram, Makelele...y ese artista del área, Titi Henry (ídolo de mi hijo de 14 años). Del otro lado, una larga lista de estrellas devaluadas, que sólo por sus nombres hicieron más grandioso el triunfo de los azules. Si lo mencioné a Juan es porque él ya había llamado la atención sobre Francia, cuando
se clasificó con angustia en su zona; ahí escribió "... el maestro Zinedine, hijo del Magreb, tan maltratado ahora que espero vuelva para hacer callar a varios..." Y Zizou le dio el gusto. Qué bueno que los charlatanes enemigos del fútbol tengan que tragarse sus palabras. Transcribo la columna que sacó Juan en Página/12 de ayer, que me representa casi totalmente (él no tiene la mala leche que tengo yo con la verdeamarelha). El sentimiento es el mismo, la calidad la pone él. Y ahora que estamos afuera, ojalá que este Mundial lo gane Francia. Esta Francia con tantos colores y nombres diversos, que tan mal le caen a algunos de sus connacionales, esos que se identifican con el racista Jean Marie Le Pen. En fin...¡Allez les bleus! ¡Allez les vieux!


Asuntos internos

/fotos/20060702/notas/MUNDIAL1.JPG
Por Juan Sasturain
Desde la casa

Se dicen tantas boludeces... En esta doméstica columna también, claro. Pero trato de que sean boludeces –adhesiones y repudios– de cabotaje, referidas a cuestiones del juego: gustos, pareceres, afectos y desafectos espirituales. Discusiones de estética y del corazón –incluso éticas, perdonando la palabra– entreveradas con el fútbol, que es lo que nos gusta e interesa. El fútbol como juego, la competencia y el desempeño de sus actores. Es decir: lo que pasa dentro de la cancha. Cuestiones internas, si se quiere. Por eso, si a veces nos salimos del fondo verde y sus inmediatos alrededores para soltar un exabrupto respecto de personajes ajenos –tan ajenos como nosotros, claro– al juego mismo, es porque las boludeces dichas (y ajenas) trascienden largamente lo futbolero e implican juicios soberbios, apreciaciones arteras, mezquindades y pequeñeces que califican sólo a quienes las profieren (Quedó muy fuerte y retórico esto último, parece...).

Viene a cuento porque, después del hermoso Francia-Brasil y “sin querer queriendo” –como decía el filósofo mexicano–, es el momento de taparles la boca a los imberbes enterradores de Zinedine, el Maestro, que soportamos y denunciamos en su momento, tras los primeros partidos. Cualquier lector de Edgar Poe sabe lo terribles que son los entierros prematuros. El Sub-35 que tanto nos gusta y bancamos desde estas endebles columnas –llegue hasta donde llegare, de aquí en más– jugó ayer durante una hora larga el mejor fútbol que se ha visto en la Copa del Mundo. Sobre todo porque fue ante Brasil, que es Brasil, siempre. Y porque de la mano –decir “de los pies” en este caso es lo mismo– de Zizou y con la jerarquía soberana de los dos pistones del medio –Vieira y Makelele– más la fineza agresiva de Henry y el acople del resto mostraron cómo se sale jugando de un partido trabado.

Hay un dato revelador. El partido fue bueno porque había grandes jugadores de los dos lados –cinco, por lo menos, de los diez mejores del mundo estaban ahí–, ya que los planteos de sus técnicos fueron igualmente poco generosos, excesivamente cautos: sólo un delantero pleno de cada lado, y un festival de volantes. Llegaron muy poco para lo que jugaron. Hace un par de décadas o ayer mismo, sin Domenech y Parreira sino con tipos menos especuladores a la hora de plantar el equipo, era un partido de cinco goles. Y sin embargo alcanzó con lo que hubo, fue hermoso.

Francia venía al Mundial con problemas, de “asuntos internos” fuera de la cancha: recelos, rumores, puterío, camarillas, rencores. Eso no nos importaba ni nos importa ahora. Ayer los “asuntos internos”, dentro de la cancha no fueron el problema sino la solución: el lado interno del pie derecho de Zidane desde el piso de Munich, el lado interno del pie derecho de Henry en el aire (¡qué definición!). La pelota voló 25 metros de uno a otro, sin interrupción, y terminó en la red. Y eso no lo hizo el planteo táctico de Domenech sino la soberbia calidad de dos intérpretes, dos jugadores de fútbol.

La última: nos gusta que haya ganado Francia por cómo juega, pero no nos alegra la derrota de Brasil. A mí me encanta cuando les ganamos nosotros... Antes que Alemania o Italia, preferiríamos que siguieran ellos. Porque nos gusta el fútbol. No participamos tampoco de ningún entierro prematuro del Gordo y de Kaká, o de la subestimación de Ronaldinho, jugadorazos. Acaso entierren dentro de un tiempo y con todos los honores a sus laterales, uno a cada costado de la línea, en el Maracaná. Pero ya está. Hoy fue la fiesta azul de Zizou: humille, Maestro.